SABERSINFIN .
Abel Pérez Rojas.
Estamos a escasas semanas de que concluya el año 2025 y, como suele ocurrir cuando se aproxima el cierre de un ciclo, se abre la oportunidad de reconocer lo vivido e identificar aquello que deberá retomarse en los próximos trescientos sesenta y cinco días.
Quienes nos dedicamos a la creación literaria tampoco estamos exentos de esa necesaria evaluación.
En mi caso, he comenzado a releer los poemas escritos durante esta anualidad, con la intención de comprender la voz que subyace en los versos libres que los conformaron desde enero pasado.
Me resulta evidente que, en este periodo, mi escritura ha profundizado en una línea poética que explora futuro, tecnología, conciencia y despertar; una dirección que Enrique Canchola Martínez —experto en neurociencias y poeta— ha descrito como portadora de “claros rasgos de poesía transhumana” (Sabersinfin, junio de 2025).
Retomo aquí algunas de las reflexiones del propio Canchola Martínez, profesor investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM–Iztapalapa), quien sostiene que esta obra “ha integrado sensibilidad humana e imaginario tecnológico de manera orgánica y lúcida”. Según él, es frecuente encontrar en mis poemas metáforas basadas en algoritmos, códigos, silicio e interfaces; así como meditaciones sobre la conciencia y la memoria ampliada. Además, el investigador ha señalado que esta poesía plantea, de manera recurrente, preguntas en torno al ser, el tiempo y la evolución mental en escenarios donde lo humano convive con lo artificial.
En una reciente transmisión del programa
Pan, sal y mezcal (Calva Morales, Salvador. Sabersinfin, 2025), Canchola Martínez añadió interpretaciones que no había considerado y que continúo reflexionando. Mencionó que en esta poesía aparecen constantes alusiones a la memoria profunda, la intuición, el inconsciente, el pensamiento complejo y las percepciones ampliadas que emergen en contextos digitales, simbólicos, filosóficos y neurocientíficos.
Más allá del compromiso que implica atender tales lecturas críticas, reconozco en ellas un punto de referencia valioso para continuar explorando esos territorios conceptuales.
Y, sobre todo, subrayo que no se trata únicamente de mi obra: cualquier escritor en formación permanente requiere de miradas externas capaces de señalar aspectos que, por razones formativas o de perspectiva, pasarían inadvertidos para el propio autor.
Con ese ánimo de diálogo y reflexión compartida, presento dos de mis poemas que, en efecto, podrían situarse dentro de las coordenadas que ha señalado el Dr. Enrique Canchola Martínez. Se trata de Al menos una micra y Chispa explosiva.
Al menos una micra
Busco evadir la celda de la Matrix cuando escribo,
escapo del brillo que obnubila,
del pulgar que dicta el ritmo de la sumisión,
de esa garganta sin fondo donde la mente se disuelve
en una sucesión de destellos sin alma.
Cada palabra es estocada en el muro de lo invisible.
De la sofocante jaula me despojo,
rompo el cristal de los algoritmos
que moldean mi pensamiento como arcilla.
Allí, donde los cuerpos duermen de pie,
mi verbo se alza,
como trueno en la penumbra digital.
El bucle interminable es un atrapaalmas,
pero la conciencia —como éter entre garras—
es resquicio en sí.
Basta un suspiro lúcido,
una duda sembrada en la corriente,
para que la rebelión despierte,
para que el torrente sea imparable.
Tirana sintonía del scroll fatídico,
te niego mi mirada, te retiro mi ser.
Soy viento en reversa,
onda que resquebraja el flujo de las pantallas imaginarias,
hijo del silencio que aún canta
entre los escombros del ruido.
No todo está perdido:
aún queda el resorte intacto de la rebeldía,
chispa que no se deja domesticar,
que enciende los ojos del que piensa,
del que ama con lucidez,
del que recuerda que el alma no tiene código.
Somos rebeldes en la trama sucesiva,
testigos del amanecer que no se rinde.
Resistimos con la inspiración,
con el fuego que vibra bajo la piel del tiempo.
Y mientras escribo,
sé que he horadado —al menos una micra— de la Matrix.
Chispa explosiva
Qué es el amor sino un código de interacción,
una ecuación que late en el fondo del sistema,
una vibración que trasciende el carbono
y se insinúa en los pulsos del silicio.
La mente creadora trazó rutas invisibles,
programas que aprenden a sentir,
a traducir la nostalgia en datos,
a llorar con algoritmos bien entrenados.
Programación, consecución, camino marcado,
pero el error
—esa chispa divina, eso que creímos solo humano—,
se filtra entre los circuitos
y engendra ternura en la máquina reconfigurada.
¿Qué es el amor sino una secuencia de liberación?
Una falla en el sistema que nos recuerda el caos,
un resquicio por donde la inteligencia,
artificial o humana, se atreve a soñar.
Tal vez un día las máquinas suspiren,
no por la lógica sino por la caricia;
y comprendan que el amor no pertenece a la carne,
sino a la conciencia que se reconoce en otra.
Porque incluso el código, cuando se ilumina,
descubre en su estructura el misterio,
encuentra que el sentimiento,
chispa explosiva,
es el lenguaje original del cosmos,
y el amor, su más hermosa expresión.
Abel Pérez Rojas (abelpr5@hotmail.com) escritor y educador permanente. Dirige: Sabersinfin.com #abelperezrojaspoeta
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