Al minuto

Poesía perdurable




SABERSINFIN .Abel Pérez Rojas.


 Escribir un poema que perdure en el tiempo y trascienda la muerte del autor es una aspiración que ha acompañado a la literatura desde sus orígenes. Se ha dicho —de Horacio a Octavio Paz— que la poesía es una forma de permanencia, un intento humano por dejar huella cuando todo lo demás parece destinado a desvanecerse.


 Un poema verdaderamente perdurable es aquel que toca lo más íntimo del lector, que lo transforma después de escucharlo y cuya fuerza es capaz de atravesar barreras físicas, emocionales o incluso históricas, para arribar allí donde el autor jamás podría llegar en presencia. Un poema así constituye el sueño de todo poeta y la búsqueda constante de quienes aman la lírica. No es solo un ideal estético, sino también una forma de conocimiento, un modo de comprender el mundo y, al mismo tiempo, de comprenderse a sí mismo. Valéry afirmaba que el poema es “una prolongación del espíritu”, y quizá por ello sigue siendo una de las creaciones humanas más resistentes al desgaste del tiempo. Esa búsqueda tampoco ha sido ajena a mi propia pluma. 

En distintos momentos me he referido a ella, no para escribir “el poema más hermoso del mundo” —parafraseando la célebre canción de Joaquín Sabina—, sino para mirarme a través del acto mismo de escribir. Colocarme frente al espejo mientras la palabra toma forma es un ejercicio que me acompaña desde hace años; una manera de revisar mis obsesiones, mis preguntas y mis rutas internas.

 De ese diálogo conmigo mismo han surgido algunos de los poemas que hoy comparto. Este ejercicio pretende ser una pausa en el camino, un momento para reflexionar sobre la creación de piezas literarias que puedan trascender, que desbloqueen la sensibilidad del lector y abran un espacio de resonancia interior. La poesía perdurable —esa que Barthes describiría como capaz de producir un punctum, una herida luminosa— es, en esencia, un llamado a no desfallecer en esta pasión por la palabra. A continuación, comparto tres poemas de mi autoría que dialogan con esta inquietud: Por uno de esos (enero, 2020), Un no sé qué (noviembre, 2020) y Sigue viva (noviembre, 2025). Cada uno, a su manera, explora esa cartografía emocional que la poesía traza en silencio y que permite que una obra viaje más allá del autor, más allá del tiempo e incluso más allá de aquello que podemos comprender del todo. 


Por uno de esos Un poema que resista el olvido, que hidrate en la resaca, que sea impermeable a la tirria, que cubra del sol en el páramo, que inmunice del coronavirus, que esté blindado a las balas, que perdure el pasar de los años, que sea pegamento ultrafuerte, que sea balsa en el Caribe y patera en el Mediterráneo; que atrape el viento y libere mariposas, que sea catarsis y freno, que sea homenaje y epitafio, que sea brújula en la Zona del Silencio, que perfore Matrix. Un poema de esos es el sueño de todo bardo y la utopía que me mantiene a flote. Por un poema de esos escribo, por un poema de esos sigo. Un no sé qué Ese poema tiene un no sé qué, que lo leo y lo leo y cada vez algo me da, no me deja el mismo, me siento diferente en cada ida y vuelta, como si fuese una especie de río que al atravesarlo un poco se lleva de mí y una pizca me deja de sí.

 No sé si sea yo o sea él, o quizá se trate de una sintonía, un acoplamiento o una conjunción invisible la que hace posible el acomodo de piezas, el cambio de tornillos, el refrescamiento de tuercas. Cada palabra es precisa, cada alegoría es potencia, cada figura también y el ritmo sutil te pone a la distancia correcta, en el ángulo exacto para que el lector —en funciones de diana— sea receptor seguro de cuanto misil lírico le sea disparado. No sé qué tiene ese poema, que lo he convertido en mi bandera, en mi divisa, en mi escudo de armas, en mi lema, en mi portavoz en el mundo de las letras.


 Algo tiene ese poema que cada vez que lo leo está más en mí, muy cerca de ti y más alejado del mundo de afuera. Sigue viva Amarillentas, como un sol antiguo filtrado en la hojarasca, así se despliegan las fronteras invisibles: la línea que separa el set del mundo real, la sala de espera del umbral íntimo, el adentro que solo se revela a quien sabe mirar. En esa franja sutil —casi un respiro entre nubes— me pienso, me reúno, me cruzo. Pongo un pie, luego el otro, con la cautela de quien camina sobre memoria dormida, sobre melodías que envejecen sin marchitarse

. Entro en los territorios de la poesía añeja, allí donde los versos maduran como frutos ocultos, donde cada palabra ha sobrevivido a su propio pasado y guarda, en el pliegue de sus sílabas, la sintonía de una verdad que nunca caduca. 

 Con reverencia escucho las voces antiguas, brotan del papel como lápidas vivas, piedras sagradas que hablan bajo la sombra del tiempo. Son altavoces de lo eterno, susurros que enseñan la forma en que el espíritu se rehace al olvido. Vibra, solo para mí, en el silencio aliado ese arrojo lírico que atraviesa décadas y vuelve a encender lo que parece apagado.

 Entre ruinas luminosas y páginas que respiran, descubro que la poesía también es un modo de perdurar. Amarillenta, como un sol antiguo filtrado, la buena poesía sigue tan viva como ayer. Abel Pérez Rojas (abelpr5@hotmail.com) escritor y educador permanente. Dirige: Sabersinfin.com #abelperezrojaspoeta

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