SABERSINFIN
Abel Pérez Rojas
Pasa desapercibido, pero quienes somos afectos a escribir poesía sabemos que, con frecuencia, lo hacemos desde nuestra oscuridad. Tomamos nuestros dolores, miedos y rencores como fuentes de inspiración, como si se tratara de un manantial inagotable cuyo camino conocemos de memoria y al cual acudimos con facilidad.
Los amores imposibles, los no logrados, las rupturas… en fin, inclusive la vida sentimental tóxica es un puerto recurrente para abrevar en letras, para recargar sentimientos con los cuales los lectores se sienten identificados.
En realidad, escribir desde el dolor —esa poesía gris, melancólica y pesimista— es un recurso eficaz para desahogarse y también para obtener lectores en una sociedad como la actual, que explota el sufrimiento emocional.
El poeta se ve envuelto en un mundo que, sin darse cuenta, lo desgasta, le resta vida y fortalece, con su quehacer artístico, las rejas que lo aprisionan e impiden una existencia libre. Es contradictorio, pero el poeta que busca la excarcelación termina enjaulado en aquello mismo que le hace sentir libre y en expansión.
Acudir a la oscuridad propia —sí, a la propia, porque la de afuera solo es un reflejo de la íntima— refuerza mecanismos, proclividades, síntomas y afectaciones que pueden conducir a situaciones extremas, como la autodestrucción o, incluso, el suicidio. Basta con recordar el mundo en el que vivieron los llamados poetas malditos o la larga lista de autores que decidieron acabar con su vida.
Desde Sabersinfin hemos sostenido que la poesía cura y sana, afirmación que cada vez se encuentra más documentada a través de diversas publicaciones.
Nosotros mismos hemos contribuido considerablemente a ello mediante los artículos y disertaciones del científico y escritor Dr. Enrique Canchola Martínez. Sin embargo, también es cierto que la poesía puede reforzar nuestro tránsito por la oscuridad y no necesariamente para iluminarnos, sino, en ocasiones, para perdernos en las tinieblas.
Por eso, la poesía como camino que cura y sana es una elección, una postura ética frente a la vida y una ruta que debe ser visibilizada para comprender que se trata de una decisión consciente.
Pero, ¿qué significa escribir desde la Luz?
Escribir desde la Luz implica reconocer que la palabra también es bálsamo, que el verso no tiene por qué provenir solo del abismo del dolor y la furia, sino también del asombro, de la gratitud, del amor pleno y de la conciencia expandida. Escribir desde la Luz no niega la oscuridad de la injusticia ni la existencia de los tiranos; la integra, la observa sin sucumbir a ella. La convierte en materia prima para la alquimia interior, donde el dolor se transmuta en comprensión y la herida se vuelve portal hacia la sabiduría
.
Cuando el poeta decide escribir desde la Luz, asume la responsabilidad de sembrar esperanza en medio del estruendo y la devastación, de ofrecer claridad donde la confusión domina, de abrir espacios de serenidad en un mundo que parece celebrar el caos.
No se trata de escribir ingenuamente ni de negar el sufrimiento humano, sino de enfrentarlo desde la lucidez, con la intención de mostrar caminos posibles hacia la reconciliación consigo mismo y con los otros.
Esto me quedó claro en una conversación reciente con mi querida amiga y compañera de letras María Dolores Pliego Domínguez, cuando evocamos una anécdota derivada de la presentación de su poemario La escoba de Goliat —un libro de denuncia sobre la violencia hacia las infancias—
. Ella me compartió que, durante aquel evento, se sintió en medio de una especie de “fiesta del dolor”, se hizo consciente que sus letras estaban escritas desde el sufrimiento, que esto ya lo sabía, pero que lo pudo ver de otra manera, desde la perspectiva que le hizo evidente el por qué esta escritura le ha desviado de la creación desde la reconciliación y la paz.
Desde una ruta en la cual la denuncia y el dolor llegaron a su culmen y es preciso crear piezas que le den salud y sabiduría.
La Luz, en los términos y contexto que venimos hablando, es estado de conciencia. Es la mirada que percibe lo maravilloso en lo cotidiano, que transforma la palabra en fulcro de comunión. Desde esa perspectiva, la poesía se convierte en acto de servicio, en un modo de contribuir a la sanación colectiva a través de la belleza, del silencio bien puesto, de la verdad dicha con amor, del anuncio de alternativas.
En mi andar como poeta –me asumo como tal consciente de las implicaciones que esto conlleva–, escribir desde la Luz requiere disciplina interior. Supone cultivar la serenidad, el discernimiento y la escucha profunda.
Es un acto de humildad, porque el poeta comprende que no escribe solo para sí, sino para otros que también buscan sentido. Cada poema se vuelve entonces una lámpara encendida en la oscuridad compartida, una invitación a mirar hacia dentro sin miedo y a reconocer la chispa divina que habita en cada ser.
Hacer poesía desde la Luz es reconocer que vamos por la vida con cierta ceguera y hasta cierto grado semidesnudos, y que por ello, encontramos en la poesía la claridad que para transitar de la caverna al exterior.
En Sabersinfin lo hemos visto una y otra vez: cuando un escritor se permite escribir desde la Luz, su obra adquiere otra vibración
. La poesía deja de ser un refugio para el dolor y se transforma en puente hacia la comprensión y la empatía.
En ese tránsito, el autor se renueva, el lector se inspira y ambos participan en una misma corriente de dilatación de la conciencia.
Por ello, escribir desde la Luz es, en última instancia, un acto de amor. Amor hacia uno mismo, hacia la vida y hacia la humanidad. Es reconocer que la palabra puede ser tea, guía y medicina. Que el poeta no solo canta a las sombras, sino que también testimonia el amanecer.
Que escribir desde la Luz es una forma de vivir en plenitud, de servir al Todo —a esa totalidad que nos contiene— a través del arte, la verdad y la belleza.
Cierro con los versos finales de mi poema Luz:
Un hechizo dijiste tener,
pero mentiste
—tal vez sin quererlo—,
porque la hechicería es oscura
y en tu ser solo hay luz y más luz,
de esos rayos
—que, dicen los videntes—,
acompañan a las cortes angelicales
o a los actos de bondad sinceros.
Un hechizo dijiste tener,
pero no lo creo,
por eso sigo aquí,
frente a ti, sin temor alguno,
tan confiado
como quien descubre el pecho
ante un colt descargado,
como quien pone el cuello sabiendo
que la guillotina no caerá,
o como quien le escribe a alguien
que es de Luz y no de oscuridad.
Abel Pérez Rojas (abelpr5@hotmail.com) escritor y educador permanente. Dirige: Sabersinfin.com #abelperezrojaspoeta
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