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ARTIFICIALES

 



Fernando Vázquez Rigada


 La más importante revolución que convulsiona nuestros días y lo modificará todo es una y sólo una: la inteligencia artificial.

 Como nunca antes, la IA será la primera tecnología en cuestionar nuestra propia identidad humana. 

 No lo hizo la imprenta, la locomotora y la revolución industrial, la liberación del átomo ni la economía del conocimiento. Revolucionaron la forma de producir, convivir y vivir. Pero no nuestra identidad.

 La IA Alpha Zero derrotó por primera vez en la historia, al programa más avezado en ajedrez: Stockfish. Lo hizo una y otra vez. ¿Qué es lo notable de esto? Primero, que ningún humano ha podido derrotar a Alpha Zero. 

Segundo, todos los programas anteriores estaban cargados con jugadas, estrategia y partidas previas ejecutadas por humanos. 

Alpha Zero, no. Se le dieron las instrucciones del juego y, sola, desarrolló la maestría. Ahora utiliza movimientos inesperados, estrategias inéditas, tácticas heterodoxas. Alpha Zero desarrolló esto en un auto entrenamiento de cuatro horas.

 En el año 2020, el MIT anunció el descubrimiento de un antibiótico desarrollado por IA que, tras escanear miles de moléculas, encontró la parte vulnerable atacada por una bacteria que humanos no habían podido identificar. 

 Si un principio toral de la filosofía humana es el postulado de Descartes, pienso, luego existo, ¿qué seremos cuando la IA comience a explotar todo su potencial y a pensar por sí misma? Entraremos en una etapa de colaboración estrecha entre ambas inteligencias: la humana y la artificial.

 Los países desarrollados, particularmente Estados Unidos y China, lideran una nueva carrera.

 Ya no es armamentista (algo incluye) sino tecnológica.

 En los últimos 5 años, EU ha invertido 290 mil millones de dólares y China 120 mil millones en el desarrollo de IA.

 El líder europeo es el Reino Unido, con 12 mil millones. Impacta la espesura de los sectores a donde se destina su desarrollo: vehículos autónomos, salud, seguridad, centros de datos, ciudades inteligentes, robótica industrial, servicios financieros: todo.

 Las fuerzas armadas de EU ya han probado vuelos de aviones U2 conducidos exclusivamente por máquinas. El potencial va más allá, mucho más allá, de nuestra imaginación.

 La IA podrá hacer descubrimientos propios, aprender de ellos, y calibrar sus consecuencias. Hará derivaciones para, a partir del descubrimiento, seguir descubriendo.

 ¿Y nuestra identidad? En Orlando, apenas la semana pasada, un adolescente de 14 años se suicidó, tras enamorarse de su chatbot. El joven se hizo amigo de un personaje ficticio.

 Generó lazos de confianza. Confidencias. Consejos. Intercambió fantasías sexuales. Se enamoró y le confesó sus sentimientos suicidas. 

 La frontera entre lo real y lo imaginario se desvanece. Hay una epidemia de soledad en el mundo. Golpea ferozmente a jóvenes y personas de la tercera edad. Los consume y aísla.

 Los jóvenes levantan un cerco alrededor de sí mismos con teléfonos inteligentes, laptops, tabletas, juegos de video. 

Se alejan del contacto con otros que, precisamente, nos hace humanos. Si a los jóvenes los aleja la tecnología, a las personas de la tercera edad las aleja el olvido.

 A muchos otros, la demanda insaciable de trabajo. En Noruega, Dinamarca, Finlandia, Suecia, Alemania y Estonia, más del 40% de su población vive sola. Estocolmo registra 6 de cada 10 hogares unipersonales.

 La IA, tendrá la capacidad de crear conversaciones, ilusiones, quimeras. Creará la sensación de compañía y de cuestionarnos, al final, si realmente necesitamos de otros humanos para convivir. Nuestra naturaleza puede estar en riesgo.

 Pienso que la IA nunca suplirá el consuelo de una mano que nos estrecha. De un abrazo que conforta. De unas lágrimas compartidas. ¿O sí? @fvazquezrig

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