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Certeza en la respuesta
Por Al Minuto • octubre 27, 2024 • Columnas • Comentarios : 0
SABERSINFIN .Abel Pérez Rojas.
I
Silencio, un silencio tan denso que parecía llenar cada rincón.
Héctor se detuvo en
medio del campo devastado, observando las sombras que la luz del atardecer
proyectaba sobre las colinas.
El campo, alguna vez fecundo, ahora yacía como
una osamenta desnuda, un testimonio de lo que fue y de lo que ya no volvería.
Él
sabía que no solo era el paso de los años lo que erosionaba la tierra; el tiempo,
como un molino implacable, se abría paso entre sus propios recuerdos, dejando
un rastro de vacío.
"¿Qué queda después de la siega del tiempo?" se preguntaba, intentando hallar
algo sólido entre la neblina de su mente.
Aquel campo, con sus huertos vacíos y
sus palmas huecas, era el reflejo de su búsqueda interna, de un anhelo que
parecía inalcanzable.
II
Sus pasos lo condujeron hacia un claro donde la tierra, en silencio, comenzaba a
germinar nuevamente. Se arrodilló y hundió sus manos en el suelo.
Sentía la
humedad de la tierra fértil que respondía a cada movimiento, como si un diálogo
mudo se estableciera entre sus dedos y la profundidad.
La tierra ofrecía
respuestas, sí, pero no de una manera evidente. Era como si el silencio de lo
oculto susurrara en sus oídos, llamándolo a desentrañar el misterio de su propia
existencia.
Mientras sus manos acariciaban la superficie del suelo, sentía que ahí, en la
humedad y el frío de la tierra, yacían las respuestas que tanto buscaba,
esperando, ocultas bajo la capa de lo evidente.
Algo en él se resistía a escuchar,
como si temiera enfrentarse a lo que ese murmullo podría revelarle.
III
Osamenta de la verdad dormida,
vaho que permanece tras la bruma.
Mira, contempla lo que queda
después de la siega del tiempo,
los huertos vacíos y el eco distante
en las palmas huecas que buscan.
La tierra, siempre fértil, ofrece respuestas,
aunque nuestros ojos se hundan
en la sombra de su profundidad.
¿Dónde se esconde lo que perdura?
¿Qué asiento resiste a la marea del olvido?
Nos aventuramos en la penumbra
mientras el paso nos lleva, lento,
a la depuración de lo que fuimos,
a lo que queda tras la luz
que disuelve nuestras preguntas.
En el fondo del frío,
el hielo resiste a la inevitable disolución,
como el alma que se aferra al instante,
como quien guarda en silencio
el tiempo en sus manos.
Es en esa resistencia donde habita el milagro:
la eternidad que busca refugio en lo efímero.
Refugio en lo efímero.
APR. Octubre, 2024
IV
El poema resonaba en su mente como un eco distante, pero constante. ¿Dónde
se esconde lo que perdura? ¿Qué permanece cuando la luz de la razón ha
disipado las dudas?
Él había construido su vida con la obsesión de hallar
respuestas definitivas, de anclar la verdad en un marco sólido y perdurable.
Sin
embargo, ahora se encontraba frente a la paradoja: cuanto más buscaba una
verdad inamovible, más se desvanecía entre sus manos, como el viento entre las
hermosas frondas.
Caminó hasta una vieja cabaña que, aunque en ruinas, aún ofrecía el abrigo
necesario para resguardarse del frío de la noche.
Se acomodó en una esquina y
cerró los ojos, imaginando que cada exhalación le traía fragmentos de sus
recuerdos, de sus preguntas que, con el tiempo, se habían convertido en su única
compañía.
V
A medida que avanzaba la noche, sintió cómo el peso de sus propios
pensamientos lo llevaba lentamente a un estado de depuración.
Cada pregunta,
cada duda, cada miedo, se iban disolviendo en la oscuridad.
La luz de la luna
penetraba la cabaña a través de las grietas en las paredes, bañando el lugar con
una suavidad fría y plateada.
Sabía que el tiempo había dejado en él marcas profundas, huellas que, más que
recuerdos, eran heridas de su constante búsqueda.
En esa penumbra, Héctor
comprendió que la verdadera respuesta no radicaba en obtener certezas
absolutas, sino en aceptar la fragilidad y transitoriedad de cada instante.
Era en lo
efímero donde la eternidad hallaba refugio, en esa quietud entre el antes y el
después, en el vaho que queda tras la bruma.
VI
Con el primer rayo del amanecer, Héctor salió de la cabaña. Sentía una paz que
hacía mucho no experimentaba, como si el peso de los años hubiera sido
sustituido por la levedad de un nuevo entendimiento.
Caminó hasta el borde del
campo y observó las primeras flores que comenzaban a asomar entre los surcos
de tierra.
Allí, en ese momento, comprendió que lo eterno se encontraba en la
capacidad de cada cosa para resistir su desaparición, en la osamenta que deja la
verdad dormida en cada uno de sus fragmentos.
El viento soplaba suavemente, y Héctor sintió que, de alguna manera, el milagro
estaba en esa resistencia, en el gesto sencillo y humilde de cada flor que brotaba
a pesar de la inevitable siega del tiempo.
La eternidad, pensó, no era algo que
podía capturarse o retenerse; era, más bien, el susurro de lo efímero, un refugio
que nos recuerda, en su frágil belleza, el poder de permanecer en lo transitorio.
Sin decir una palabra, se alejó de aquel campo, dejando atrás el peso de sus
preguntas, llevándose solo la certeza de haber encontrado, al fin, una respuesta.
Abel Pérez Rojas (abelpr5@hotmail.com) escritor y educador permanente. Dirige: Sabersinfin.com #abelperezrojaspoeta
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