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'Proceso', la inercia frente al cambio
La visión periodística anti todo no es vigente ante una sociedad cambiante.
La variedad es la sal de la vida. Esta es una vieja aseveración que por cierto se mantiene.
Aquí y en todo. A la gente le gusta lo novedoso, aquello que rompa el paisaje de siempre, que altere la inercia. La novedad puede o no gustar, puede o no funcionar, pero siempre ofrece un atractivo al hambre de curiosidad del público.
Y el hombre es curioso por naturaleza.
Veamos el caso de la revista Proceso.
Deja de imprimirse y se queda sólo en su versión digital. Su modelo de periodismo acusa un declive. Se aferró demasiado tiempo a sus contenidos, a la forma y fondo de siempre, sin responder a los cambios normales de la sociedad.
La inercia, la tradición, “lo de siempre”, llegan a perderse en la oferta.
Si no hay cambios, innovaciones, el producto o servicio se vuelven parte de la costumbre, de la rutina, y la gente termina por buscar algo más. A veces se da el hartazgo, el rechazo abierto.
Y no es que el contenido de ese notabilísimo medio en la vida de México sea necesariamente malo, no.
Lo que pasa es que el país cambia en respuesta al actor central que es la sociedad. Y los actores dinámicos, como cualquier médico, debe tener el estetoscopio listo y sensible para medir los signos de quien demanda un servicio.
Pegar el oído, ser muy sensitivo al paciente, escucharlo con todos los sentidos, y atenderlo.
Proceso cubrió durante décadas y muy profesional la necesidad de ventilar los asuntos negativos del país.
Puso frente al lector abusos, excesos, tráfico, omisiones, todo lo oscuro del poder. Y lo hizo así durante largo tiempo, porque nadie o casi ningún medio lo hacía.
México marchaba de forma triunfal y un coro gigantesco de medios aplaudía entusiasta y feliz a los poderosos de los sectores público y privado.
La espesa mayoría de los medios era cómplice o cerraba los ojos a la realidad. Sólo ese semanario ofrecía la otra cara de la moneda. Frente al mar avasallante de la complacencia y la adulación melosa y servil, era perfectamente natural que un medio fuera “la oveja negra”, el discrepante, el aguafiestas del poder.
Pero esa visión unánimemente contraria también llegó a un punto de cansancio.
Ese enfoque unilateral con una visión de “todo negro”, terminó por perderse. Máxime que a esa línea política-periodística, le agregó una carga sesgada. Dejó el equilibrio y se inclinó hacia un periodismo negativo de todo, pero además por encargo.
Con dedicatoria.
Con el actual gobierno de la 4T se ha hecho más patente la visión absolutamente negativa de todo. Y hay un factor de fondo que contribuye a esta posición anti todo: Julio Scherer, el exconsejero Jurídico de la Presidencia e hijo mayor del fundador de Proceso, que se vio envuelto en delicados escándalos de corrupción. Y, si bien no figura en la dirección de la revista, su sombra pesa, y pesa muchísimo en el enfoque y contenidos del otrora prestigioso semanario.
Más de una vez la portada y contenidos han respondido directa o indirectamente a los intereses de ese personaje y no a los de los lectores.
Sus contenidos, por otra parte, ahora que se ha desacralizado al infinito la figura presidencial, no son ya singulares como lo fueron durante sexenios.
Se advierte, asimismo, una inercia comodina anti todo, como siempre, pero dejando a salvo a personajes, organismos, hechos, o protagonistas, como parte de una estrategia selectiva por intereses y no precisamente en respuesta a un genuino interés periodístico.
Por ejemplo, no se han visto para nada reportajes con ese enfoque crítico a ultranza, respecto de un Claudio X. González, los gobernadores de Jalisco y Nuevo León, ni Diego, Calderón o Fox, ni Loret o López Dóriga, ni Colosio el de Monterrey, ni Alito y su camarilla que tiene bajo control el PRI, ni Salinas, y un largo etcétera.
En tiempos de don Julio Scherer la revisión de la revista incluía a todos estos. La directriz y la pluma del viejo y experimentado director era implacable, no tenía intocables ni sujetos de excepción.
En otro plano, la revista también envejeció en sus fisonomía, formatos y calidad de sus reportajes.
Deja la impresión de que nunca, en los últimos diez o quince años le han metido mano reformadora con un riguroso sentido autocrítico y propositivo. Nadie se ha atrevido a asomarse al callejón del cambio, nadie ha acometido una nueva visión, un enfoque creativo y novedoso.
Me parece, asimismo, que la visión absolutamente negativa de todo ya no funciona.
¿Nada hay bueno en la sociedad, nada vale la pena para un magnífico reportaje que destaque logros, avances, éxitos, innovaciones, triunfos?
¿No existe nada en este país, en las ciudades, en el campo, en las costas, en los valles y montañas, nada hay que merezca un periodismo de aliento, de estímulo, de reconocimiento al trabajo, al esfuerzo, al estudio, al tesón, a la entrega, al sacrificio, al mérito humano…?
¿La visión crítica de todo y el nulo reconocimiento a lo positivo y satisfactorio es un valor eterno e incuestionable?
¿No un principio elemental del periodismo debiera ser censurar con fuego lo ilegal e insano, oscuro y negativo, pero al mismo tiempo destacar, exaltar y aplaudir lo legítimamente saludable que haya entre ciento cuarenta millones de mexicanos…?
Todos estos elementos, me parece, explican la etapa declinante de la gran revista que fue Proceso.
La premisa es renovarse o morir.
¡Cuánta falta hace ese gran periodista que fue don Julio...!
Alforja
No vemos y escuchamos a partir de este miércoles, a las 7:30 de la noche a través de los canales de Youtube y Facebook de e-consulta y www.losperiodistas.com.mx
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