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Porfirio y la dictadura de la vejez
Una vida formidable de un político de altos vuelos.
Después de 89 años de paso por este mundo, se fue Porfirio Muñoz Ledo.
En estos días sobre él se ha dicho todo, o casi todo. Me habría gustado mucho haberlo tratado. Lo vi muchas veces en la Cámara de Diputados.
Y una que otra vez en alguna conferencia o mitin.
Un tipo genial, fuera de serie. Conjugó casi todas las facetas del ser humano.
Aunque como político fue brillante, trascendente por sus ideas y acciones, algunos han recordado otras caras poco conocidas de su vida. Fue un magnífico bailarín en sus años estudiantiles. También boxeador en esos tiempos.
Aparte de su talento de altos vuelos, lo que marcaba la diferencia con otros políticos de altura era su sentido del humor, su mordacidad. Usaba la ironía y hacía polvo a sus adversarios. Esta personalidad lo acercaba de modo natural con los periodistas. Los veía como camaradas, siempre daba la nota con sus frases.
Era consentido, apapachado por ellos. Siempre tuvo buena prensa, siempre, hasta su muerte.
Un día lo vi en la tribuna hacer trizas con su demoledora oratoria a Gustavo Carvajal, siendo éste Presidente Nacional del PRI. Gustavo bajó de la tribuna sonrojado, cabizbajo, con el rabo entre las piernas.
Otra vez vino a Puebla en alguna campaña del PRD y, refiriéndose a los primos Doger (Enrique y José), ambos con cargos y aspiraciones mayores, los fustigó en la tribuna y cerró su quemante discurso con una sentencia demoledora y beisbolera, muy oportuna en esos días de Serie Mundial:
“¡Los Dodgers no pasarán…!”
Y se echó al bolsillo a la concurrencia.
Jugaba con el lenguaje, se hablaba de tú con la historia, era amigo íntimo de la política, psicólogo del mexicano de arriba y el de abajo.
En otra ocasión, cuando estaba en los cuernos de la luna luego de haber exhibido y desacralizado públicamente al presidente Miguel de la Madrid, yo comía con un amigo en un restorán de medio pelo en el centro de Coyoacán, en CDMX. Entró Porfirio con un amigo también a comer y todos, absolutamente todos los comensales levantaron la mano para saludarlo. A punto estuvo de cosechar una ovación.
Era un tipo inmensamente popular.
Su fama era por sus dotes de tribuno, por sus ideas, por su prestigio dentro y fuera de las aulas universitarias.
Un político extrañamente bien visto casi por todos. No por nada había sido presidente de dos partidos, diputados y senador por otros tantos, diplomático, Secretario de Estado, sólo le faltó sentarse en la silla presidencial.
Tirios y troyanos le reconocían su talento. Evitaban cruzarse en su camino, como adversario era feroz, imbatible. Respetado de modo unánime. Eso, más que temido, respetado.
Otra faceta con pocos reflectores fue su propensión al alcohol. Por esa inclinación tuvo al menos dos incidentes de resonancia internacional, uno en Europa y otro en Nueva York, en calidad de funcionario.
De su último paso por la Cámara de Diputados, hace tres o cuatro años, se recuerda una foto en la que es bajado de su auto “como palomita” por dos o tres ayudantes, resultado de una guarapeta sensacional.
Hay que decir que esta inclinación etílica, que también acompañó a su fama, no causa desdoro a sus extraordinarios valores como hombre público. Sencillamente fue un hombre, con todo lo que de bueno y malo tiene un ser humano.
Al final se hizo presente la dictadura que a todos vence: la vejez.
Con todos sus efectos, sus achaques, sus imprudencias. Vino la obsesión caprichosa por mantener su posición elevadísima de siempre, repetir la presidencia en la cámara baja, dirigir Morena, ser embajador en Cuba, gritarles a todos y exigir el acatamiento de sus ideas, consejos, ocurrencias y directrices.
Se solazaba criticando y haciendo ironía sobre el Presidente. En los últimos meses se refugió en la cueva de su egocentrismo y se nutría del resentimiento y la frustración. Efectos inequívocos de la vejez, de la que hay que precaverse siempre.
Si quieres llegar a viejo, debes empezar joven, recomienda el clásico.
Alberto Cortez, ese inolvidable cantor argentino con alma de cigarra, nos lo recuerda sabiamente en su canción “La Vejez”:
Me llegará lentamente
y me hallará distraído,
probablemente dormido
sobre un colchón de laureles.
Se instalará en el espejo,
inevitable y serena,
y empezará su faena
por los primeros bosquejos
Con unas hebras de plata, me pintará los cabellos.
Y alguna línea en el cuello que tapará la corbata.
Aumentará mi codicia, mis mañas y mis antojos,
y me dará un par de anteojos para sufrir las noticias.
La vejez, está a la vuelta de cualquier esquina,
allí donde uno menos se imagina,
se nos presenta por primera vez.
Con admirable destreza, como el mejor artesano,
le irá quitando a mis manos, toda su antigua firmeza.
Y asesorando al galeno, me hará prohibir el cigarro,
porque dirán que el catarro viene ganando terreno.
Me inventará un par de excusas,
para menguar la impotencia,
“que vale más la experiencia
que pretensiones ilusas”.
Me llegará la bufanda,
las zapatillas de paño
y el reuma que año tras año
aumentará su demanda.
La vejez…es la antesala de lo inevitable,
el último camino transitable
ante la duda…¿qué vendrá después?
La vejez, es todo el equipaje de mi vida,
dispuesto ante la puerta de salida,
por la que no se puede ya volver.
La vejez, es la más dura de las dictaduras,
la grave ceremonia de clausura,
de lo que fue la juventud alguna vez.
Porfirio, el gran tribuno, el que supo acomodar, sí, acomodar su talento y sus ideas al gusto del poder y él mismo ser el poder, vivir el poder, gozar y ejercer el poder, con todos sus claroscuros, fue un tipo formidable, de los últimos grandes de este país.
Me habría gustado conocerlo…
ALFORJA
Si nada se atraviesa en el camino, el próximo miércoles 19 arrancaremos un ejercicio periodístico por las redes.
Cada miércoles a partir de las 7 de la noche, estaremos charlando con usted en torno de una mesa de… restaurante, tres periodistas: Rodolfo Ruíz, Jesús Manuel Hernández y yo, provistos de Cuchara, cuchillo y tenedor.
Va le la pena. Ahí nos vemos…
xgt49@yahoo.com.mx
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