Al minuto

Armenta camina por Tochtepec

 

Un cálido domingo por el valle central poblano y vientos con aroma mixteco “El que porfía, mata venado; el que no, lo matan por confiado...”, dice el refrán. (Porfiar: insistir en una acción para lograr una cosa difícil o que opone resistencia.) Así anda Alejandro Armenta recorriendo el estado.

 Allá al fondo, en el horizonte lejano está la gubernatura del estado. Es domingo 22 de enero, según las cabañuelas, el día corresponde al mes de marzo.

 Y en efecto, después de las doce del día en el centro del estado de Puebla ya se siente un calor casi mixteco. Hemos salido de Puebla muy temprano, con el sol de frente. La destreza de Chava, quien conduce un coche compacto, nos lleva a buen puerto. 

Hemos cruzado algunos pueblos del valle central del estado en linderos con la Mixteca. Hace frío pero la charla calienta el viaje. Un cafecillo hace su parte. 


 Llegamos a Tochtepec, mi tierra, un pueblo cuyo nombre significa, “cerro o lugar de conejos”, igual que el Tuxtepec oaxaqueño y que Madrid. Un día tracé dos coordenadas en el mapa de Puebla, uniendo los puntos extremos del norte y sur y del oriente y poniente y ¿qué creen?, casi donde se cruzan se encuentra Tochtepec, bien podríamos decir que en el corazón de Puebla. 


 El senador Armenta está por llegar, de modo que el reloj marca que es el momento ideal para saborear unas quesadillas sin queso, en realidad una especie de taco levemente frito, lleno de unos frijoles molidos con algunas especias, realmente de antología.

 El puesto está junto al sitio de la reunión de modo que estamos “ojo al parche” del acto central. Un anfitrión de lujo del lugar, Toño Bañuelos, nos advierte: “váyanse despacio porque habrá unos tamales, atole y pan muuy recomendables...”
 Y no mintió; ese fue el corolario de lujo para toda la concurrencia. Llegó el senador repartiendo sonrisas y abrazos. 

Se mueve con un lenguaje corporal que seduce a la gente. Además, es territorio que domina a la perfección. Acatzingo, su tierra, está a unos 40 kilómetros de aquí. Se encuentra a muchos viejos conocidos suyos.

 Antes, durante y después del acto, relata pasajes de sus andanzas juveniles deportivas por estos lares. Inclusive localiza y saluda a antiguos compañeros o rivales de equipos de futbol de aquellos años, casi hasta relata los marcadores de algunos partidos y reconoce a los legendarios jugadores de tiempos idos. 


 Saluda de mano a todos los asistentes y con muchísimos hace remembranzas, los trata por su nombre u ocupación; se advierte una cálida identificación, lo cual da idea de que, desde el punto de vista político, ha trillado este terreno con bastante frecuencia. Hace una exposición sumamente elocuente del libro de su autoría, 

“La pandemia de los edulcorantes en México”, con datos, cifras y fechas. Expone con crudeza el daño mortal de los refrescos cuando el consumo es inmoderado, señala los factores que dan lugar a este hábito demoledor y hace reiterados exhortos a su auditorio a educar desde el seno familiar sobre este peligro para la salud.

 Con datos duros y ejemplos vehementes advierte, sobre todo a las mujeres, el peligro de no cuidar la dieta propia y de los hijos frente a los hábitos gravísimos de la propensión a las bebidas y alimentos excesivamente azucarados. Y pone de relieve la estela mortal que deja en el pueblo mexicano todo esto: la obesidad, diabetes, hipertensión arterial, sobrepeso. La gente escucha y asiente con atención. 

Armenta recorre el auditorio entre los pasillos, al tiempo que obsequia libros y pequeños magueyes mezcaleros, y da cifras de los miles y miles de frutales y árboles de ornato que ha repartido por todo el territorio poblano durante muchos meses. Se desplaza con soltura entre la concurrencia. 

Transmite la seguridad de quien domina el terreno, conquista con la palabra y logra la comunicación de ida y vuelta. 
Lo hace cumpliendo los cánones del diálogo en este tipo de actos: vestuario y modales sencillos, terminología entendible, comparaciones y ejemplos prácticos, didactismo en algunos casos. Termina el acto. Los asistentes desfilan frente a las mesas y los canastos de atole y pan. Él tarda casi otra hora en saludar a remolinos de gente que lo saluda, abraza y se toma fotos. Nadie tiene prisa. Han llegado también concurrentes de otros pueblos de la región, de Tepeaca, Tecamachalco, 


Los Reyes, de Huixcolotla, Cuapiaxtla, Caltenco, Ometepec. Sale del auditorio y recorre el pequeño mercado del centro del pueblo. Ahí saluda a puesteros y compradores, los marchantes se llevan a caza sus magueyes miniatura y uno por ahí suelta en voz baja y con sonrisa socarrona: “ay, como nos caería bien este magueyito mezcalero pero ya embotellado…” Los secundan eufóricos quienes lo rodean. 

 Y no es para menos, se empieza a sentir el calor y soplan leves vientos con aroma mixteco, como que Tochtepec es la frontera entre el valle central poblano y el territorio mixteco. Armenta sale del mercado y camina algunas calles por el zócalo y lo paran aquí y allá para saludos, entrega de documentos, recuerdos y fotos, porras y abrazos. Se advierte buena química en todo el acto. 


Su equipo hace un somero balance y emprende el retorno a la capital. Lo hemos dicho otras veces: las elecciones se ganan con votos, no con discursos ni con periodicazos, tampoco con columnas periodísticas ni con infundios. Si Zapata decía que la tierra es de quien la trabaja, igual sucede con una alcaldía o una gubernatura: gana quien la trabaja. 


Triunfa quien recorre caminos y pueblos polvorientos, quien saluda de mano y cambia impresiones con los olvidados de siempre, quien siembra y deja un comentario de aliento o una esperanza entre vecinos anónimos que siempre anhelan tiempos de mejoría, para ellos o para sus descendientes. 

 Y quien mantiene esta actitud de cercanía y conexión todo el tiempo, con perseverancia y optimismo, con entrega sincera. Allá se queda mi pueblo, Tochtepec, de donde salí hace más de 50 años. Yo salí de mi pueblo, pero mi pueblo nunca salió de mí. xgt49@yahoo.com.mx

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