Al minuto

“…ya se fueron”

 

Un dramático relato de un paciente de covid que escapó de las garras de la muerte Esas tres palabras le sonaron como campanadas de templo pueblerino llamando a difunto. Así se dice en los pueblos.


 El tañido es lastimero, lento, triste, panteonero… Quedó silente. No quiso preguntar más. Se cumplían casi veintidós días luchando contra la muerte. Él había estado, estaba hasta ese instante, en el umbral de la muerte. Su calvario empezó en la cena de Navidad del 2020.


 La cena de diciembre de ese año -el año de la mortandad-, se interrumpió cuando los aproximadamente veinte comensales empezaron a mostrar síntomas. Poco a poco empezaron a sentirse mal.


 Él más que los demás. Al día siguiente la sospecha se confirmó, la muestra dio positivo, estaba contagiado. Fiebre, cansancio, terribles dolores de huesos, falta de oxígeno, todo aquello que para muchos fue el preludio del hospital, del internamiento y luego… la muerte. 

 Roberto ha sido un hombre de una enorme fortaleza, trabajador toda la vida, dinámico, ordenado. Su esposa, una mujer emprendedora, luchadora incansable, proactiva, como la bujía de esa estupenda pareja. Pero esa noche sufrió indefenso un ataque brutal del virus. Literalmente lo dobló. La esposa se movilizó de inmediato.


 Ambos contagiados, ella más leve, él presa diezmada sin alternativa. O sí, la única: el hospital. Viajan a la capital del estado, a dos horas de su ciudad natal. Buscan afanosa y desesperadamente un tanque de oxígeno. Los esfuerzos son infructuosos. Por fin lo encuentran, caro, pero finalmente una tabla de salvación. Viajan a Puebla y mueven todos los recursos posibles para ser internado en el ISSSTEP, un servicio al que tiene derecho Roberto. El nosocomio está al tope de pacientes. 

 Cruza el umbral del hospital como el de una residencia metida en lo profundo de un laberinto. Un tren sólo con boleto de ida. Viaje solo, ruta incierta, pasajeros desconocidos, extraños. Todos en su derredor con boleto sin retorno. Un paso al abismo, un destino incierto. Él se pone en manos de los médicos. Nunca abandona su actitud optimista, coopera en todo. El flagelo del virus ataca más, azota su cuerpo. Los efectos son demoledores.


 Físicamente se doblega, pero no pierde la conciencia. Avanza el mal. Tiene que ser intubado. Imagina que vienen días duros, difíciles, casi en absoluta soledad. La esposa tuvo que regresarse a su tierra. Los demás familiares, infectados todos, a tratarse cada uno de distinta manera. Él resultó el más grave.


 Lo que imagina se cumple como una demoledora sentencia cada día. Por las condiciones no puede comer ni apetito tiene, sufre estreñimiento absoluto durante muchos días. Le suministran algún alimento por vías alternativas. Cada día se le hace un mes, un año. Duerme mucho, el desgano lo tiene postrado, abatido. Los días pasan, la comunicación con un familiar como enlace es por una tablet, donde una vez al día el saludo es con señas, o sólo con imágenes y leves muecas, gestos. 

 Algunas cartas y una especial, con garabatos de su pequeño nieto, le caen como suero vital en el ánimo languideciente.


 El cuerpo enflaquece. Como si la muerte tocase a la puerta cada día y él se resiste a abrir. Lo terrible son los sonidos. Escuchar el chirriar de los cierres de las bolsas que guardan despojos mortuorios. Oye uno que otro comentario de algún médico o camillero: “el de la cama doce no aguantó más… ya murió… hay que sacarlo”. 

 Esas frases en la penumbra de la sala hospitalaria le retumban en la cabeza como negros, negrísimos augurios. La muerte literalmente ronda por entre las camas. Varios días oye esas lacónicas frases terminales.


 Y por supuesto… llega a pensar, a temer, ser uno más de los pacientes embolsados. Lo sostiene una fuerza interior admirable. La ciencia surte efecto, su cuerpo se defiende, responde. Unos doce días fueron de un estancamiento infernal. Rodeado de olores a enfermo, a medicamentos, ayes de dolor, quejidos de angustia, palabras de adiós… silencios, silencios que retumban en su mente. Uno de esos días hizo una profunda reflexión, como jamás lo había hecho.

 Con detenimiento repasó toda su vida, toda absolutamente. Viajó a lo profundo del recuerdo. Aceptó su impotencia con una humildad mucho más que franciscana. De un ser indefenso sin destino ni remedio.


 En ese lecho hospitalario, abatido, extenuado, no perdía la fe. Se confesó a sí mismo de sus errores humanos, sus momentos de soberbia, arrogancia y vanidad. Admitió todo y pidió perdón.


 En lo más profundo de su intimidad solicitó disculpas por sus humanas flaquezas. Del mismo modo, vio desfilar a todos aquellos que a lo largo de siete décadas lo hicieron víctima de engaños, abusos, traiciones. Igualmente perdonó a todos, olvidó y arrojó al vacío rencores y recelos. Luego de esa larga expiación intensa, silenciosa, profunda, abandonó su voluntad y se puso en manos de un ser superior. 



Así se quedó. Al día siguiente se despertó con las escenas fatales que escuchaba, intuía… Pero empezó a mejorar.

 El cuerpo reaccionó positivamente, el ánimo evolucionó favorablemente. Sintió que lentamente remontaba los terribles días de desamparo, extravío e impotencia. Por fin llegó el anuncio: se le va a dar de alta. Le avisaron a su esposa. Ella había vivido su propio calvario: soportó fiebre y otros de los síntomas, y lo más grave: la soledad, el aislamiento silencioso como de claustro… y la esperanza pendiendo como de un hilo de telaraña respecto de la vida de su esposo. 


 Todo ese tiempo, ella nunca dejó de luchar: antes de la hospitalización, buscando por todos los medios una atención con lo mejor, implorando ayuda, el apoyo en oxígeno, los contactos para no perder la incipiente comunicación. 


 Por fin Roberto le llamó por teléfono, la mañana misma del día que lo darían de alta. Pero el impacto del telefonema fue sorprendente, doloroso: ella no le reconocía la voz, muchísimo le había cambiado la manera de hablar hasta ese punto de dudar que fuera el propio Roberto quien hablaba. Con el optimismo hasta las nubes emprendió el viaje a Puebla. Llegó a mediodía, Le dijeron que en una hora saldría, en dos… en tres…


 Total salió casi al anochecer. Y vino algo terrible: él venía caminando solitario al encuentro con su esposa… ¡¡y ella no lo reconocía...!! Se acercaron, se abrazaron… pero otro giro imprevisto, delicado: el impacto emocional hizo presa de la debilidad de Roberto, que le alteró el corazón. 


Se puso mal y hubo de ser internado nuevamente con oxígeno y otros medicamentos por prescripción médica. Estuvo en observación varias horas, horas que se hicieron siglos para la pareja y familiares. Por fin le autorizan salir y viajar. Parten a su tierra, pero las secuelas de la infección lo habían dejado en terribles condiciones. Baste decir que el covid le dejó diecisiete secuelas. 


De alguna forma estaba irreconocible. Entre estas: perdió veinte kilos, gran parte del cabello, deformidad en los rasgos faciales, falta de atención y concentración, dificultad para hablar, carencia de fuerzas para mover manos y brazos, ausencia de apetito, pérdida de memoria y sueño.


 Hubo muchos días, ya en casa, que no podía dormir ni una hora. Y lo más duro: ahora tenía hipertensión arterial y diabetes. Poco a poco, ella, con una paciencia de santa y un amor extraordinario, le fue enseñando cómo regresar a la vida. Desde la ayuda en los movimientos hasta darle de comer en la boca; el reaprendizaje de la forma de hablar, el suministro de medicamentos porque había perdido la noción del tiempo. Fue un segundo y brutal calvario. 


 Ella adquirió poderes y paciencia increíbles para regresar a la vida a su esposo. Fueron meses largos, interminables, de un cuidado y procura casi infantiles al paciente recuperado. 

El aportó lo suyo: recobró la disciplina, el espíritu sociable que le caracteriza, la madurez y experiencia con que la vida lo había dotado y …volvió a nacer!!! Él sí, literalmente, venció a la muerte en un terreno de su absoluto dominio, lleno de enfermos y cadáveres. Adquirió nuevamente un más que aceptable nivel de vida. Hoy está de vuelta en su intensa y excelente manera de vivir. 


Disfruta el ángel que tiene por esposa. Él es un entrañable amigo mío. Celebro fraternal e intensamente su… ¡segunda y mejor vida! (Cambié su nombre por respeto a su privacidad). xgt49@yahoo.com.mx

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