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Tatiana Clouthier, un símbolo dentro y fuera del gobierno

 

Una mujer que concentra cualidades y virtud, algo nada común en la política mexicana La renuncia de Tatiana Clouthier al gabinete deja un mundo de lecciones. Verla sólo como un desacuerdo con el Presidente es aquedarse en las ramas. Es como juzgar el rábano por las hojas. 

Además, vista con éste ángulo, como ocurre en una gran parte de los columnistas de la élite resentida, es quedarse en el análisis prejuiciado. Tatiana entraña muchos símbolos. 



 El de ser mujer, como querrían o podrían verlo las feministas, es el último. Ella no llegó por ser mujer. Y mucho menos, jamás, como una cuota de género. Llegó por una cauda de valores propios como la ética, la lealtad, el talento, la elegancia, el valor, y el compromiso. Escasísimas mujeres en el país como ella. Jefa de campaña del Presidente. Ahí dejó huellas imborrables de su aptitud y personalidad para debatir. Juicios claros, retórica convincente, firme, claridosa.


 Se enfrentó micrófono en mano a muchos de los archienemigos del Presidente y más de una vez los dejó planchados, a todos. 

 Ya en el gobierno quizá su calidad y calibre no fue debidamente valorado. Y probablemente a ella también le faltó una sana ambición de poder. 


Escogió el camino de la modestia, y acaso la comodidad justa y explicable de la cercanía con su familia. Todo esto es explicable y respetable. Pero eso no le resta el brillo de un ser humano con un elevado sentido y conocimiento de la vida pública. Fue disidente en algunos momentos respecto de la política presidencial, y lo expresó sin estridencia ni soberbia, tampoco con mordacidad. Menos con la deslealtad que ha caracterizado a otros que se fueron.


 En un escenario de discreción acompañó el Presidente un buen trecho del sexenio. Su trascendente figura en el gabinete debe ser, sin duda, una lección para muchos, empezando por el propio Presidente. Un elemento con las cualidades y virtudes de Tatiana merece otro sitio en un equipo de trabajo.


 Merece, ante todo y por encima de todo, ser escuchado. Una figura con la calidad de esta dama no se encuentra en cualquier sitio. Por su familia, el ejemplo tesonero del padre, su entrega a una causa, su origen mismo en las capas de alto nivel de Sinaloa y luego de Monterrey, es todo un símbolo.

 A eso hay que agregar su prudencia. La disciplina, la honestidad, el trabajo sin reflectores, el verbo mesurado, el peso moral primero en campaña y luego en el cuadro gobernante, todo esto y mucho más, la sitúan como todo un modelo de la mujer en política.


 Es esa clase de personajes que en un conjunto de colaboradores debe recibir un trato de altísima consideración; pudo ser una consejera valiosísima, una especie de conciencia de quien encabeza la Presidencia. Haberla tomado en cuenta para esa consejería sin nombramiento, y sobre todo

 ESCUCHARLA, así, con mayúsculas, pudo ser de una ayuda sin par para el mandatario. Por sus ideas, Tatiana no es imaginable como mujer de ocurrencias, de aplauso fácil, de lisonjas u obediencia ciega al superior, tampoco de epidermis delgada ni de arranques caprichosos o ególatras. Se fue y probablemente el Presidente perdió a su elemento más valioso del gabinete. Esa debe ser, en el fondo de su conciencia, una enorme lección para López Obrador.

 Tatiana, emblema del trabajo eficiente y sin aspavientos, quedará seguramente como una lección tácita para el arte de gobernar en el país. La palabra virtud, en el habla coloquial casi ha sido expropiada por el lenguaje religioso. Pero es algo que va más, mucho más allá. Significa fuerza, vigor o valor; integridad de ánimo y bondad de vida.


Pero también: disposición de la persona para obrar de acuerdo con determinados proyectos ideales como el bien, la verdad, la justicia y la belleza. Y finalmente: recto modo de proceder. Tatiana, me parece, es esa clase de personajes casi imprescindibles. Un futuro gobierno de Morena estaría con la ineludible obligación de tomarla en cuenta, tenerla cerca, dentro, escucharla.

 Tiene un peso moral que no es común encontrar en el país. El cierre de su salida tuvo una nota deplorable ajena a ella. Luego de que ella entregó y leyó su renuncia, un pequeño grupo de reporteros la siguió con cámaras y micrófonos cuando se fue a su vehículo.


 En todo el trayecto fue prácticamente acosada, con preguntas estúpidas y necedades muy propias del pésimo estilo de periodismo que muchos siguen practicando. Esa obstinación por arrancarle comentarios casi a fuerza a un personaje, cuando este ya ha dicho lo que tenía que decir y punto.

 Esa clase de reporterillos, agresivos, zafios, manchan la nobleza y calidad del oficio. Respetar al otro, sea quien sea, debe ser el primer y más grande deber de un profesional de cualquier actividad. En periodismo debe ser el principio de todo. xgt49@yahoo.com.mx

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