Al minuto

Locura y genialidad en el ser humano

 




Todos hemos conocido personajes con estas características: genio y locura

 La locura es parte del ser humano. Eso lo sabe hasta un loco. Y todos hemos conocido o conocemos personas que tomaron una dosis mayor de esta característica. Por eso llaman la atención, rompen el paisaje.



 No son necesariamente peligrosos, aunque los hay. Se sostiene que la frontera entre la locura y la genialidad es muy delgada, a veces del grosor de un cabello. Por eso acertadamente se ha dicho que “de músico, poeta y loco, todos tenemos un poco”. Pero sin abusar, por favor…


 El pueblo suele ser indulgente con los locos, por eso los llama en diminutivo, y más aquí en México, que nos encanta suavizar con el “ito”; pero esto será tema de otro comentario.También los denominan con otros apelativos eufemísticos: está loquis, un poco loquis; está chiflis, “chifladito, no le hagas caso”; está zafadito, pobre; “está un poco malo del sexto piso”; está malito. Lo cierto es que seres así son más comunes de lo que uno se imagina. Claro, hay graduaciones. 


Algunos son solamente estrafalarios, extravagantes, o pretendiendo ser originales caen en lo ridículo. Rius inventó un loquito genial en su revista

 “Los Agachados”: era don Matatías, un tipo de vestuario estrafalario, pelos parados, barba crecida e ideas geniales, descalzo. Yo conocí aquí a un tipo que en verdad parecía la encarnación de aquel. Y lo traté, y lo bauticé como don Matatías, don Mata de cariño le decíamos mi hermano y yo. Solía vivir en una casuchita atrás del Teatro Principal, bajo una vetusta lona sostenida con un palo, en medio de enormes bolsas descoloridas llenas de ropa o no sé qué. Ese era su equipaje. Y a veces algún perro callejero que redimía por el camino, su fiel amigo y creo hasta confidente…

 Vestía enorme saco viejo, descolorido, pantalones guangos de casimir que había sufrido unas 200 lavadas hace años, el cabello desaliñado, como púas retando al cielo, barba negra, larga y enredada. Andrajoso, pero de rostro no fiero. Sonreía al conversar. -¿Y usted dónde nació don Mata? -Al sur de Líbano… Respuestas rápidas, seguras, serias, pero a veces con un dejo de ironía. -¿Y qué come? 



-Comida me sobra, a la gente le sobra y a mí también… (y señalaba ahí junto un depósito de basura, y un pequeño tambache de botellas, latas, bolsas y trapos). -¿Con estos fríos y calor, no se enferma? -¿Enfermarse? No hay enfermedades, hay enfermos. Yo estoy bien… Tiempo después se fue a vivir a un basurero que estaba en el Cerro de Loreto, ahí había una covacha rodeada de desperdicios y estableció ya su morada fija: una especie de casucha-cueva. De vez en cuando le pasábamos a dejar un poco de comida, fruta, panes. -¿Y usted de qué religión es don Mata? -Yo aquí tengo mi dios y mi diablo -decía, con la mano en el pecho a la altura del corazón-; perdono a la gente, no me hacen mal ni yo a ellos.




 ¿Qué más quiero? Tengo mi sol, mis estrellas, mi bosque, mi casa, vea usted… como lo que me dan, siempre hay quien da, los pobres dan los ricos no dan. Ahí está mi amigo, que diga si engaño… (decía, señalando a su perro negro...). Conocí a otro loquito. Este era un impostor que se decía el auténtico Pedro Infante. 



Su relato era que escapó con algunas quemaduras cuando se desplomó el avión allá en Yucatán, y que lo quisieron matar así para quedarse con las regalías de sus películas y canciones. Tenía su narrativa bien armada. Posaba, ahí en su modesto departamento cerca de la colonia La Paz, rodeado de portadas de discos, una guitarra y su sombrero norteño negro. Y hasta cantaba las canciones que uno le pidiera de Pedro.



 Otro más que traté, pero este no con locura de alto grado, sólo raro, muy especial. Era un genio para la pintura, un artista con el manguillo con plumillas y tinta china, o la pluma fuente de punto fino. Dibujaba en instantes cualquier edificio emblemático de la arquitectura religiosa o civil de Puebla, sin verlo, desde la mesa de un café. Lo hacía en una servilleta de papel o de tela, en una caja de cerillos o en una corbata. Me presumió no haber leído jamás un libro, le vi unos sesenta pares de zapatos de todos los colores, unos cuarenta trajes, infinidad de corbatas, reconocido como maestro de matemáticas. Un acaudalado empresario lo contrató dos años para darle clases de matemáticas a su hijo en su casa en la capital del país. Y allá viajaba dos o tres veces a la semana, le pagaban muy bien y recibía toda clase de atenciones. Su gusto y vicio: usar traje y corbata todos los días del año. Siempre de color distinto y zapatos igualmente combinados. Incluso subió con sus alumnos a las faldas del Popocatépetl y ahí estuvo, de traje y corbata, la nieve a los lados. Vi la foto. Tenía aspecto como de obispo, caminaba con garbo, las manos entrelazadas hacia atrás. Su otra pasión aparte de las matemáticas: la valuación de joyas, era perito en la materia y con frecuencia prestaba sus servicios en la Procuraduría de Justicia o con familias ricas de abolengo. Y de planta, en el Monte de Piedad. 


 En mi pueblo había un vagabundo, raro, don Ángel “El Agujero”. Vendía agujas de todos tamaños y tipos; un muestrario bien enredado entre cartones y trapos. 


Esta era su materia de comercialización y la llevaba siempre dentro de un enorme fardo de color indefinido que cargaba al hombro. Iba de un pueblo a otro, siempre a pie por los caminos con su bulto a cuestas. Y de pronto se le veía bajo un árbol, hacía una fogata y en unos cacharros abollados calentaba algo de comer, generalmente leche; pero cargaba en ese enorme envoltorio diversos cachivaches, algunos libros, ropa hecha bola, trozos de tela. Usaba un sombrero de lana viejo y deforme, barba descuidada y cabello canoso, un poco largo y quebrado. 



 Su conversación era parsimoniosa, tono grave, hablaba como mirando al horizonte; su aspecto como de ochenta años, un tanto encorvado. 


Nadie sabía de donde era, dónde dormía, se le veía siempre caminando por las calles o bajo la sombra de un árbol, o en una banca durmiendo a veces. Veamos lo que han dicho sobre genio y locura algunos sabios de otros tiempos: “Siempre hay un poco de locura en el amor, pero siempre hay algo de razón en la locura”: Nietzsche. 


 “El número de locos es tan grande, que la prudencia se ve obligada a ponerse bajo su protección”: San Agustín de Hipona. “Todos los hombres están locos, y el que no quiera reconocerlo, debe encerrarse en su cuarto y romper el espejo”: Marqués de Sade. “Poner gran locura al servicio de una gran razón, he ahí el secreto del éxito”: Eliphas Lévi. “Se encierra a algunos locos en el manicomio para hacer creer que los que están afuera son cuerdos”: Charles Louis de Secondat. “Son locos todos los que lo parecen y la mitad de los que no lo parecen”: Baltasar Gracián.xgt49@yahoo.com.mx

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