Fernando Vázquez Rigada.
Dilema Shakespeariano: ¿votar o no votar? Tal es la cuestión. Morena y el presidente López Obrador están al borde de la desesperación para que el ejercicio de revocación de mandato prenda en el imaginario popular. El país se cae a pedazos. López Obrador requiere algo que lo coloque otra vez en el centro del afecto popular.
Ese algo es la posibilidad (irreal) de su partida. No hay que caer en su trampa. No hay que votar. Lo explico en diez argumentos. Primero: se trata de un ejercicio pervertido. La revocación de mandato se activó por los seguidores de López Obrador a través del desvío de recursos públicos. Lograron las firmas convenciendo con trabajo a sus seguidores. ¿Por qué pedir que su líder se vaya? No tenía sentido, y no lo tiene. El diseño del 10 de abril no es para revocar el mandato sino para reafirmar su popularidad.
Les urge hacerlo: de 81% de aprobación en febrero del 2019, ha caído a 58% este mes. ¿Qué significa? Que han perdido el respaldo de 20 millones de personas. Segundo: el objetivo es doble: inyectar energía al alicaído presidente y reventar al INE. Morena activó la revocación, pero perversamente le negó los recursos que mandata la Constitución al Instituto: 4 mil millones de pesos. Dinero hay. Te ordeno organizar una consulta, pero no te doy dinero. ¿Por qué? Porque es una trampa. La revocación es la antesala de una reforma para sepultar al INE.
A lo largo de los meses, las tropas del presidente han violado la ley, promoviendo la participación con una campaña de más de 60 millones de pesos que incluye 278 espectaculares, bardas, volantes. Si hay baja participación será por culpa del INE. Si hay una gran participación, será pese a él. Hay una gran preocupación ciudadana para defender al Instituto. Salir a votar el 10 de abril no lo salvará. Al contrario: aumentará el valor simbólico de la votación y le dará la fuerza suficiente al presidente para atacarlo de frente. Como Putin, López Obrador ya decidió desmantelar al INE, la pregunta es cuándo y si tendrá la fuerza para lograrlo.
Si la revocación falla, López Obrador se debilitará más. Reservemos nuestra fuerza para defender al instituto. Tercero: En política siempre gana el que fija la agenda. Involucrarnos en una campaña de revocación es poner en el centro de la atención pública a López Obrador. Como la pandemia, le viene como anillo al dedo.
Nuestra agenda no es López Obrador: es cómo revivimos a México. Cuarto: las elecciones las gana quien mejor moviliza a sus seguidores. Aquí y en todo el mundo. Morena y sus satélites dominan 18 estados. Les urge sacar a votar a una gran cantidad de personas. Lo harán, a un costo brutal. Se generará, entonces, una competencia interna para ver quien saca a más personas a votar para quedar bien. Habrá que poner atención en el desvío de recursos para el acarreo en la Ciudad de México, Veracruz y Puebla, padrones 2, 3 y 6 del país. No hay que votar, pero sí hay que registrar los abusos. Por otro lado, las oposiciones han acordado no movilizar. De esta forma, la participación ciudadana independiente, posible, no alcanzará para derrotar al ejército de Morena. Quinto: El silencio habla. Algo preocupa a Morena, y mucho. Nadie tiene interés en participar. El vacío opositor funciona.
El desdén es estridente. Ello explica el atropello ilegal y grosero de la semana pasada para reformar una ley que contraviene la Constitución y permitir promover a funcionarios públicos promover la revocación. Sexto: El desaire será el triunfo opositor. En ocasiones, en política la victoria se da sin ir a las urnas. Que haya un desaire notable en la mayoría del país será una derrota mayúscula para López Obrador. Para que la revocación sea vinculante, requiere el 40% de participación o 37.5 millones de votos. Es imposible lograrla sin las oposiciones. Y ahí la trampa: salir a votar implica aumentar ese índice de participación y hacer obligatorio el resultado. De ser exitoso, Morena transformará el ejercicio de ratificación a extensión de mandato. Séptimo. En política, nadie gana, alguien pierde.
El presidente hizo del 10 de abril su fecha. Solito se metió en este laberinto. Una baja participación será exhibir su debilidad, que ya es notoria: AMLO obtuvo 30 millones de votos. Sus candidatos a diputados obtuvieron en 2018, 23.5 millones, pero el año pasado sólo 12.8 millones. En el ejercicio de consulta sobre el enjuiciamiento a expresidentes, Morena sólo pudo movilizar a alrededor de 6.5 millones. Duplicar esa cifra sería un esfuerzo colosal, pero implicaría que sólo participó el 13% de la lista. Octavo: Lo importante en las elecciones no es quien sale sino quien entra. Si López Obrador perdiera, aceptara el resultado y se fuera, las mayorías de Morena y aliados en ambas cámaras nombrarían al sustituto.
¿Qué tal Fernández Noroña? ¿Delfina? ¿Citlalli? Siempre es posible estar peor. Noveno: No hay, decía Ortega y Gassett, Democracia sin demócratas. AMLO nunca ha aceptado una derrota. No tiene por qué hacerlo ahora. Décimo: Enfocarnos. El estado de la nación es tan lamentable, que no debemos perder la sintonía con lo que la gente sufre. La inflación devora el bienestar. La violencia nos ahoga en sangre. Y la corrupción del círculo cercano al presidente ha hecho abrir los ojos a millones: todo ha sido un engaño. Siempre lo fue. De eso debemos hablar. Y no votar. @fvazquezrig
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