Al minuto

Desorden urbano




Por Soleares.
Por Jesús Manuel Hernández





La transición de cambio de gobierno en la ciudad de Puebla ha sido aterciopelada. El papel de Luis Banck sin duda puede calificarse de ejemplar; así lo demuestran los acercamientos formales con Claudia Rivera Vivanco y su equipo.

Hasta ahora han sobresalido los temas de seguridad pública, sin duda uno de los asuntos más delicados de la capital del Estado. Aunque en los últimos meses se ha reducido el índice de inseguridad y la eficiencia de los policías ha recibido reconocimientos. No son pocas las voces que acuden a entrevistas con la próxima presidenta para pedirle que Manuel Alonso sea ratificado.

Opiniones similares se reciben en torno de Alejandro Cañedo como titular de Turismo, su trabajo es reconocido por los profesionales del tema, principalmente los hoteleros, aunque Turismo municipal no acaba de quitarse la presión de la oficina estatal.

Pero hay un tema que nadie quiere tocar, los asuntos del desorden urbano en las calles de la ciudad, principalmente las que han sido materialmente inundadas por los vehículos de transporte turístico que han tomado las calles aledañas al zócalo para hacer sus maniobras, trastocando todo el orden urbano y provocando daños a los pavimentos que no fueron hechos para soportar el peso y la constancia del tráfico.

Cuando tomó posesión Luis Banck de la Presidencia Municipal, uno de sus primeros actos de gestión fue acudir a supervisar el arreglo, la colocación de piedras de Santo Tomás en la esquina de la 3 oriente y la 2 sur, una de las zonas de más tráfico de vehículos turísticos. Por desgracia las lajas se rompieron ese mismo día, y esta acción se repite en todas las calles por donde pasan los autobuses de turismo y a cada rato.

Para muchos visitantes la ciudad resulta atractiva, pero para los habitantes, los usuarios cotidianos es un caos; y para el ayuntamiento una pesada carga la reposición de pavimentos, lajas, bolardos y banquetas.

Antes eran sólo los autobuses locales, de empresas poblanas, ahora hasta los de agencias nacionales e internacionales pueden estacionarse en las calles del zócalo sin mediar ninguna prohibición, salvo para los conductores poblanos que deben respetar la zona.

La herencia de este caos se la debemos a Eduardo Rivera, quien auspició que el zócalo fuera tomado como terminal de autobuses y además por influencia de Amadeo Lara Terrones mandó colocar las “bahías” de franjas amarillas dizque para ser usadas como áreas de carga y descarga, pero sólo sirven para levantar infracciones con lo que los hoteleros han tenido que padecer sanciones, y una muestra de su mala gestión fue la desaprobación de su candidatura el pasado 1 de julio.

El poder de las empresas del transporte especializado en turismo ha recibido la complacencia, la complicidad de algunos funcionarios estatales y municipales, pasa por la ceguera en la regulación del uso del suelo en el Centro Histórico sobrecargado de ofertas de prestadores de servicios y no regulados por la autoridad.

Hace unos 32 años los especialistas propusieron la salida de las terminales de autobuses foráneos, con éxito, acompañada del vaciado del mercado La Victoria y la eliminación de la central de abasto instalada provisionalmente en Analco.

Hace 24 años se proyectó la construcción del Centro de Convenciones de Puebla, diseñado para ser el punto de reunión de los autobuses turísticos donde se reservó el espacio para un parador, pero pudo más el poder de los camioneros.

Lo mismo pasó con el proyecto de usar el Paseo Bravo como punto de reunión de los autobuses turísticos e incluso el ex jardín de El Carmen.

Claudia Rivera tiene una bomba de tiempo en este tema, y muchos se preguntan si tendrá la fuerza política y la autonomía para romper con el cerco, con la mafia que se ha apoderado de las calles del centro histórico so pretexto de promover el turismo.

Claudia Rivera debía, a estas alturas empezar a explicar sus proyectos en temas urbanos, en hacernos conocer de quién se rodeará, quiénes se harán cargo de la administración urbana, que amenaza con convertirse en una pesadilla.

O por lo menos, así me lo parece.


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