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31 de agosto de 2022

Cuando dos gobernadores doblaron las manos

 




Parece que las partes en pugna por la gubernatura de Puebla han llegado a un punto de no retorno. La cúpula de Morena ha cobijado de modo muy ostentoso a Nacho Mier. Y lo ha hecho demasiado temprano. Y además con un portazo en la nariz del gobernador Barbosa. El gobernador llama a la legalidad.




 A seguir de acuerdo a las reglas, las encuestas. Pero al mismo tiempo ha ganado terreno y desde fuera se considera que él ya controla el Consejo Estatal de Morena. Igual que sucedía antaño, cuando los gobernadores tenían bajo su control absoluto el Comité Estatal del PRI. Dominado este terreno, donde la influencia de Mier es minúscula, para el diputado la lucha es cuesta arriba.



 Y entonces se mueve en la capital del país. Y con ello, el encono que ya existía entre ambas partes se enciende más. Y la polarización va a ir creciendo, porque no se avizora ninguna salida negociada.


 Es innegable que en cada estado hay un jefe político, es el gobernador. Él controla la plaza, para bien o para mal, según la trinchera con que se le vea. Y a partir de esta obviedad de nuestro sistema político, se juzga intrusa la pretensión externa de fabricar e imponer en el estado una candidatura para gobernador. Y más aún, se juzga un desafío, un sacrilegio, si se prescinde en absoluto de las formas de negociación y se pasa por encima de, por lo menos, la opinión del gobernador. No obstante, eso ocurrió en el pasado, reiteradas veces, como decía Renato Leduc: “cuando dios era omnipotente y don Porfirio Presidente”.



 Y más acá, en la era priista de los setenta años. Cuando el gobernador en turno pretendió heredar el poder a un protegido suyo, el dedo presidencial tajante lo frenó y le marcó el rumbo. No es imposible que esto se repita, pero existen hoy otros factores que pueden llevar las soluciones por otros derroteros. Para empezar, la confrontación Mier-Barbosa, a ese punto de rispidez, no se dio en el pasado. Hoy, están “echando mano a sus fierros, como queriendo pelear”, según reza el corrido. Frente a este escenario, que desde luego tiene otros matices y características que lo hacen peculiar, es conveniente revisar someramente la historia poblana más o menos reciente. Cuando Manuel Bartlett terminaba su sexenio quiso heredar la gubernatura a un hombre de su confianza, José Luis Flores. 


El gobierno federal no se entrometió en esta etapa y dejó que el gobernador cocinara solo.


 Pero Bartlett no contó con la astucia de Melquiades Morales, quien tenía de suyo gran popularidad. Trazó en la sombra un plan discreto, intenso, de muchísimo trabajo y dedicación. Sumó a estrategas, líderes, fuerzas, caciques, organizaciones. Compadres, por supuesto. Desplegó una labor de zapa penetrante, casi subversiva, pero semi secreta. Sumó a miles de personas en todos los rincones del estado, como un ejército de leales a toda prueba. De todos los sectores, de múltiples corrientes. Minó el terreno para quien quisiera conquistar la geografía poblana.



 De modo que cuando Bartlett quiso imponer a su candidato, la plaza estaba tomada. La prensa entonces jugaba un papel importante. Melquiades hizo publicar en El Sol de Puebla planas enteras con fotos de multitudes aclamándolo en todos los distritos. Una presencia impactante, apabullante. Además, verídica, no requirió maquillaje alguno. Melquiades fue candidato y luego gobernador.


 El gobernador Bartlett dobló las manos. La vida es cíclica. Esta misma historia casi se repitió después, cuando Melquiades pretendió que le sucediera en el gobierno Germán En este caso Mario Marín siguió el ejemplo de Melquiades. Repitió la escuela. Igualmente fue hilvanando en penumbra miles de seguidores en toda la geografía poblana, socavando el terreno que pretendía conquistar Germán. Recurrió en su momento al mismo demoledor impacto periodístico. 



 En ambos casos, una gigantesca marcha de seguidores inundó las calles de Puebla y fue el remate ostensible de su poderío. Frente a ese trabajo de campo de largos meses, de millones de horas hombre en toda la entidad, la presencia y dominio eran irrefutables. Melquiades, zorruno, prudente, olfateó a tiempo la estrategia y no opuso la menor resistencia. Como en el beisbol, le repitieron a él el robo de base que le hizo a Bartlett. Esta estrategia ha probado suerte en Puebla por lo menos dos veces. No es improbable que la esté aplicando Armenta. xgt49@yahoo.com.mxSierra.

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